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Tirarle mierda a una película de superhéroes es muy sencillo. Me explico: las reseñas tienen más o menos un patrón que puede ir desde aludir a la historia de los personajes, incluir un par de referencias a los cómics, asociaciones con Marvel -que sigue siendo la estela bajo la cual juzgamos a este género- y cerrar con alguna figura para decir que si bien no es mala, tampoco es buena invitándonos a ver “mejor” cine. Tras ver Black Adam, me quedé pensando en esto porque es difícil escapar a ese patrón con una película que parece regodearse en sus grises.
Por un lado, esta película hace algo relativamente mejor que la mayoría de películas de DC, tiene un solo conflicto que busca resolver y que de alguna forma se irá complicando lo suficiente para que la película no acabe a los treinta minutos de presentado Black Adam en la película. Además, introduce a la Sociedad de la Justicia de América (JSA) dentro de un universo que necesita más personajes bajo los cuales atenuar la sombra de sus ausencias (aunque su escena poscréditos busque resolver un poco ello).
Las escenas de acción, las peleas y hasta los chistes no tienen nada de nuevo, pero eso no impide que las disfrutes. De hecho, creo que Black Adam (Dwayne Johnson) es el perfecto ejemplo de lo que es una película al servicio de los fans. DC aquí se limita a repetir todo aquello que ya ha funcionado antes con otras películas del género.
Por otro lado, tiene muchas cosas malas. Asume, como muchas películas de superhéroes hoy en día, que el cine es un live-action de ¿Dónde está Wally? pero con referencias. No existen grandes actuaciones ni personajes muy complejos, por más que Pierce Brosnan (Doctor Fate) o Aldis Hodge (Halcón) lo intenten. Esto no es teatro, es entretenimiento puro y duro, es Rápidos y furiosos en mallas. El show por encima del guión.
Presenta conflictos atenuados y descarta aquellos que podrían darle más profundidad al producto, como todo alrededor del colonialismo en Kahndaq, que va desde Intergang, un grupo mafioso de habla inglesa que busca arrebatar los recursos de un país en crisis, hasta la propia crítica a la JSA por no intervenir antes. De hecho la película toma por momentos aproximaciones a algo muy cercano a críticas al modelo estadounidense de “instaurar la democracia” y luego las abandona por chistes o peleas.
Aún así no creo que Black Adam busque desatar conversaciones sobre el colonialismo y la intervención extranjera -más propiamente, estadounidense- en conflictos del Medio Oriente o cuestionar el discurso del white savior en el cine de superhéroes. Lo que quiere es entretener y hacer pasar un buen rato a sus espectadores. Es sencilla, graciosa por momentos, predecible por otros y que cumple la que me parece es su única ambición.
¿Pudo ser algo más? Por supuesto. Aunque es cierto que debemos juzgar a una película por lo que es, no por lo que quisiéramos que sea. Black Adam no es una obra de arte, no busca serlo, es un espectáculo que busca divertir de principio a fin. Quizá ese es el mayor mérito de películas como esta, recordarnos los tiempos más sencillos donde lo único que bastaba para entretenernos era eso: un show.
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